Recuerdo II

Y abro los ojos y me veo caminando por la calle San Martín. El día es uno de esos días de cielo tan celeste que parece pintado y hace calor, pero no el calor molesto, calor primaveral. A mi lado camina una chica de rulos gigantes vestida con uniforme de gimnasia. En su mano derecha lleva una bolsa llena de palitos de la selva que yo le regalé. Mientras caminamos por la calle la chica va pelando un caramelo y me lee la descirpción del animal para que la adivine.
De repente la chica empieza a cantar una canción y me mira con esa mirada penetrante que tiene, como exigiéndome que cante con ella. Por lo tanto empiezo a cantar y saltar al ritmo de la música (ella hace lo mismo por supuesto).
La calle está prácticamente desierta. La poca gente que pasa nos mira atenta a nuestros gritos (porque ninguna de las dos logra acertar alguna nota). Pero a nosotras no nos importa. Estamos tan absortas en la canción que cantamos y coreografiamos que ni nos damos cuenta que ya llegamos a destino.
La chica me invita a pasar a su casa, invitación que acepto y me preparo para alejarme de su perro que ladra sin parar, mirandome como desconfiado. Ya en el living, la chica deja la bolsa de caramelos que tenía en su mano derecha en la mesa. Nos encaminamos a la cocina donde me preparará un nesquick y comeremos galletitas.

Y una vez más abro los ojos. Y vuelvo a estar en mi habitación. Entonces me dirijo a mi computadora, busco entre toda mi música y (después de varios clicks) empieza a sonar esa canción de fondo. Me levanto de mi silla, subo el volumen y empiezo a desafinar mientras salto por toda la habitación con una sonrisa en mi rostro.