ufffffff

- Hace cuánto que no hablamos!, me dice mi yo mental mientras el viento que recorre la calle Rocha parece encontrarme sólo a mí y no al resto de los transeúntes que se dirigen quién sabe a dónde.
- Sí lo sé (le contesto), lo que pasa es que te estaba evitando. No tenía ganas de hablar con vos porque eso significaría autoanalizarme y ya estoy tan cansada del autoanálisis que si te veía venir me escapaba en dirección contraria.
- Tan así?, me pregunta mientras con mi mano derecha le hago señas al colectivo para que pare y me abrigue un poco de ese viento helado que me siguió y no me deja en paz.
- Si, vos sabés bien que cuando te hablo quedo más enredada de lo que ya estaba. Sabés que las conclusiones que sacamos son tan inútiles a veces que me siento tonta por haberme pasado tanto tiempo hablando de ese tema cuando podríamos haber estado pensando en días soleados y en arcoiris inmensos.
- Cierto, pero es inevitable que me cuentes esas cosas. Necesitás que yo te diga algo, necesitás desarmar cada idea que se te cruza. Es tu naturaleza, me dice mientras dirijo mi mirada hacia la señora que se acaba de subir al colectivo con una nena abrazada a un oso de peluche color rosa.
Como si mi yo mental no me siguiera ahí también.
- No podés evitarme ahora, me dice. Ya me llamaste y vos bien sabés que por algo estoy acá.
Odio cuando me confronta de esa manera. Pero tiene un punto.
- Podrá ser que todavía no pueda evitar que me afecte? le pregunto como esperando una respuesta milagrosa.
El colectivo avanza rápido por Callao donde los edificios dejan un espacio para que pueda ver el cielo lleno de unas nubes blancas como la nieve que se usa para hacer los muñecos.
Mi mente tarda en contestarme, pero finalmente como resoplando exhala un:
- No sé, todavía no lo entiendo.

Y no dice más.