sábado, febrero 27

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Se despierta. Sin llegar a abrir los ojos siente que está en un lugar extraño. Siente el colchón en el que duerme y recuerda: no está en su casa.

Boca abajo y con la cabeza mirando a la izquierda (como suele dormir) abre un ojo. La funda de la almohada es blanca con flores rojas. Hace foco un poco más lejos: las tres cortinas colgadas en la ventana no logran detener del todo a los rayos del día que se cuelan entre sus fibras. Con un solo ojo (el izquierdo) recorre la habitación.

Es una habitación grande con paredes color rosa viejo (en ese momento el color no se distingue pero ella ya ha visto varias veces la habitación con la luz del día así que lo sabe). A la izquierda de su cama hay otra exactamente igual. La habitación en sí está amueblada como si entre las dos camas hubiera un espejo, o como si fuera una hoja pintada con témpera de un lado y luego alguien la hubiese doblado al medio dejando otra imágen simétrica del otro lado.

Volviendo a la decoración: frente suyo hay una cama exactamente igual, con el mismo cubrecama de hilo color rosa chicle. Entre ambas camas hay 2 mesas de luz que no hacen juego: una marrón claro llena de stickers (como si hubiera pertenecido a alguna niña). La otra de color marrón oscuro, que claramente perteneció a una persona adulta, hace juego con el resto del mobiliario.

Éste, ubicado al finalizar los pies de ambas camas, se comopone de: 1) dos roperos, uno con un espejo que no refleja a la perfección lo que uno le pone enfrente, el otro con cajones y puertas a la vista. 2) un mueble que, a pesar de los años de estudio y observación que le ha dedicado, ella no logra entender la forma ni logra nombrarlo, así que ella lo llamará como hacen todos "heladerita" (aunque no esté muy de acuerdo ya que en su interior no hay nada que puede hacer referencia a ese apodo). 3) una silla de madera ocupada con la ropa que tiene que planchar. 4) la tabla de planchar que tiene tantos años en ese lugar que no puede recordar si existió otra alguna vez. 5) por último, una silla de plástico ocupada por un bebote que alguna vez perteneció a la niña que pegó las calcomanías en la mesa de luz clarita.

Consciente de que no se va a volver a dormir abre su otro ojo, se pone boca arriba y prende la lámpara. Se dedica ahora a mirar las paredes color rosa viejo. En ellas no hay muchas cosas colgadas pero todas le pertenecen (o pertenecieron) a la niña de las calcomanías en la mesa de luz clarita: hay un estante de madera lleno de peluches, libros infantiles, muñecas y adornos. Además del estante hay un poster hecho a mano con el nombre de la niña y algunos dibujos (regalo de sus primas), dos cuadros con su foto y un cuadro chiquito con una pintura bastante oscura de una casa pequeña y un árbol al lado.

La habitación luce así desde que ella tiene memoria. El tiempo pudo afectar a los visitantes, a la niña de las calcomanías en la mesita de luz clarita, incluso a la misma casa. Pero la habitación sigue intacta, como si quisiera recordarnos una infancia cada vez más lejana. O un instante de felicidad en su interior (ella elegiría las siestas que pasó acostada en el suelo de la habitación tratando de superar el calor de la siesta antes de ir al río, jugando al tutti-frutti o al veo-veo, o a las cartas siempre junto a la niña de las calcomanías en la mesa de luz clarita).

Escucha el ruido de la puerta, y por el vidrio grueso y texturado distingue a su madre. Ya asomada y toda despeinada la mira y le dice "buen día". Ella la saluda, se sienta en la cama de sábanas blancas con flores rojas y se pone las ojotas. Camina lentamente hacia la puerta y en el umbral admira la habitación una vez más. Abre la puerta y sale al pasillo, dejando atrás la habitación en la que el tiempo se detuvo. La habitación simétrica. La que alguna vez perteneció a la niña de las calcomanías en la mesa de luz clarita.
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