Los días pasan, siguen pasando. Marzo se me escapa tan rápido como Enero y Febrero. Los días se escapan como arena entre mis dedos. Y pienso en esa metáfora y recuerdo las playas cordobesas donde nada me preocupadaba, donde leía algún libro acostada en la lona bajo el sol, o sentada bajo la sombra cuando el calor y la fuerza del sol eran inaguantables.
Los amaneceres y atardeceres se suceden y me encuentran siempre en el mismo lugar, pensando las mismas cosas, con los mismos problemas, con las soluciones ya gastadas de tanto usarlas, con preocupaciones nuevas que hacen fila (una fila que ya no sé cuántas cuadras ocuparía si las obligara a esperar detrás de la línea roja con el numerito en mano).
Y yo, para evitar todo me pierdo en los detalles: en los eternos reflejos del vidrio de la ventanilla del colectivo, en las personas que me rodean cuando me siento en alguna plaza a descansar un poco de hacer nada, en alguna canción que canto mientras camino por las calles porteñas, mirando vidrieras buscando la ropa que nunca logro encontrar, en observar a la gente que camina con la mirada perdida, mirando hacia abajo mientras camino buscando zapatillas que me gusten, en el cielo de la mañana que todavía me muestra parte de la luna. Me voy a otro mundo para escaparme de los problemas, de la falta de ideas, de las preguntas sin respuesta, de la mirada de mis padres (que aún no logro decifrar si es de lástima o de desilución o de qué).
Y los días se suceden y se parecen demasiado entre ellos. Y la monotonía no es buena. Nunca es buena.
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Los amaneceres y atardeceres se suceden y me encuentran siempre en el mismo lugar, pensando las mismas cosas, con los mismos problemas, con las soluciones ya gastadas de tanto usarlas, con preocupaciones nuevas que hacen fila (una fila que ya no sé cuántas cuadras ocuparía si las obligara a esperar detrás de la línea roja con el numerito en mano).
Y yo, para evitar todo me pierdo en los detalles: en los eternos reflejos del vidrio de la ventanilla del colectivo, en las personas que me rodean cuando me siento en alguna plaza a descansar un poco de hacer nada, en alguna canción que canto mientras camino por las calles porteñas, mirando vidrieras buscando la ropa que nunca logro encontrar, en observar a la gente que camina con la mirada perdida, mirando hacia abajo mientras camino buscando zapatillas que me gusten, en el cielo de la mañana que todavía me muestra parte de la luna. Me voy a otro mundo para escaparme de los problemas, de la falta de ideas, de las preguntas sin respuesta, de la mirada de mis padres (que aún no logro decifrar si es de lástima o de desilución o de qué).
Y los días se suceden y se parecen demasiado entre ellos. Y la monotonía no es buena. Nunca es buena.
3 comentarios:
miss eleanor rigby... escuchaba la canción el otro día y no podía hacer otra cosa sino pensar en usted y este blog.
ser distraida a veces está bueno, yo me siento un tanto naif cuando vivo distraida (hoy me pasó) me imagino un dibujito naif, una nenita vagando por ahi con la miradita perdida.
a floretta la imagino así ditraída también...
saluditos!
A veces la monotonía sí es buena. Sí.
José Roberto Coppola
yo estoy buscando como buscas vos esa ropa que no encontràs.. estoy buscando y aùn no encuentro nada pero cuando suceda la monotonìa al fin habrà acabado. me pasa lo mismo con la mirada de mis padres... pero bueno, creo que nosotras somos las que tenemos que estar contentas con lo que vemos, y lo que vemos en el "espejo".. un besoT, Vero.
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