cerrar los ojos

Se sienta en un banco de plaza. No le importa qué plaza es, es sólo una plaza. Mira hacia arriba y ve el cielo bien celeste y el Sol que lo ilumina todo. El verde del pasto es más verde, el celeste del cielo es más celeste, las sombras de los árboles que se proyectan en el suelo dibujan perfectas figuras. Agradece la comodidad del banco de plaza, incluso se acomoda un poco más, cierra los ojos y se dedica a sentir el viento que mueve su flequillo de lugar y seca su pelo mojado.

El tiempo pasa, no sabe la cantidad, no tiene reloj ni quiere tenerlo. Sólo pasa el tiempo mientras sigue con los ojos cerrados tratando de escuchar con claridad los sonidos de su alrededor: los pájaros con sus melodías, los autos y colectivos con esos ruidos que pueden ser tan perturbadores (pero que en este caso no es así), la gente que camina y patea las piedritas bajo sus pies.

Siente que se pasaría todas las mañanas y tardes de su vida tan sólo estando ahí, en esa plaza, con ese Sol. Siente que no necesita nada más, que esa paz que respira en ese momento es todo lo que necesita para vivir. No más preocupaciones, no más problemas, no más responsabilidades. Sólo esa plaza, ese Sol, ese viento, esos sonidos y, sobre todo, esa paz interior.