ida

Jueves 6 am. El auto está listo, todo lleno de valijas y bolsas y el canasto del mate. Nos subimos sabiendo que nos quedan por delante 10 hs de viaje por esa misma ruta de siempre, pareciera que esa ruta (la ruta 9) es la ruta que nos lleva hacia la tranquilidad. Era todo como siempre, salvo por un pequeño detalle: los que estábamos en el auto no éramos 3, éramos 4. Mi hermano decidió ir a Córdoba, él fue el motivo del viaje tan repentino. El auto arrancó y yo me programé como para tener consciencia de que teníamos mucho camino por recorrer y que aunque el auto sea incómodo me la tenía que bancar.
El inicio del viaje fue normal, pasamos por el centro, agarramos la autopista y empezamos a ver cómo desaparecían los edificios y el verde empezaba a predominar. Por Campana apareció nuestro primer problema: un accidente adelante nuestro y mi hno que chocó también rompiendo apenas el paragolpes (motivo suficiente para que mi viejo se empezara a poner nervioso). Después de solucionado el problema seguimos viaje (muy lentamente debido al tráfico) con la música de siempre en mis oídos y el paisaje que tanto me gusta en mis ojos.
Después de un tiempo se vino nuestro segundo y mortal problema: los cortes de ruta. Y después de horas y horas de estar sentada adentro del auto moviéndonos más lento que cualquier tortuga. En ese momento mi programa mental para tranquilizarme se reseteó y yo empecé a desesperar lentamente. No digo que haya llegado a la desesperación total, pero si llegué a preguntar 15 veces cuánto faltaba para el siguiente pueblo (obteniendo siempre la misma respuesta: 2 km).
Después de estar 3 hs para hacer 10 km decidimos que para el bien de todos íbamos a tomar la vieja ruta 9 en vez de usar la autopista, y así lo hicimos. Hacía mucho tiempo que no pasábamos por esa parte de la ruta y muchos recuerdos llegaron a mi mente, muchas imágenes que hace mucho no veía.
Jueves 10.30 pm. Llegada.