martes, febrero 26

nowhere land

En la tierra de ningún lugar todo es diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. De día el cielo se oscurece y aparecen las estrellas y los cometas, y de noche sale el sol e ilumina todo a su paso. El clima también es inusual: no hay inviernos, ni primaveras, ni veranos; es un constante otoño aunque las plantas viven según el ciclo que todos conocemos.

La tierra de ningún lugar tiene un solo habitante: yo. Y como yo soy la única persona que habita este lugar, debo decir que su localización geográfica es… en mi mente. Como se localiza en mi mente, la tierra de ningún lugar no es el sitio en el que vivo todo el tiempo. Recurro a ella cuando estoy sola, cuando no puedo dormir, cuando estoy aburrida, cuando me canso de escuchar a mi mamá quejarse, cuando quiero dejar de pensar en cosas que me hacen mal, cuando no quiero escuchar a mis papás discutiendo, en fin, recurro a la tierra de ningún lugar cuando lo necesito.

En esta tierra yo hago y deshago a mi antojo. O eso quisiera. De vez en cuando ocurre que lo real traspasa a este mundo imaginario haciendo poco placentera mi estadía en él, torturándome con aquellas cosas que quiero dejar atrás (aunque sea por un momento). Y es en esos momentos cuando se hace inaguantable la estadía y tengo que regresar al mundo real, sólo para que la realidad no gane espacio en ese mundo que inventé para escapar a ella.

En la tierra de ningún lugar hay muchos recuerdos felices, sobre todo de mi infancia. Recuerdos por los que paseo mientras visito este lugar, recuerdos que revivo sólo para sacarme a mi misma algunas sonrisas y guardármelas para la hora de volver a la realidad. De este lugar imaginario siempre me traigo cosas a la realidad, para usarlas cuando las necesite, para no hacer un ir y venir constante entre la realidad y mi imaginación.

En la tierra de ningún lugar también hay millones de situaciones hipotéticas que alguna vez se me ocurrieron mientras caminaba por los verdes pastos y contemplaba las estrellas o la salida del sol. Estas situaciones surgían (aún lo hacen) de cosas que me pasaban (y pasan) en el mundo real y yo, para no aburrirme, inventaba finales que nunca se cumplían.

Este lugar también tiene sonidos. Pero en vez de ser sonidos de viento, de agua, de lluvia y de los pájaros, es música. Es la música que escucho en la realidad y que traspasa a este mundo para ocupar un determinado espacio, siempre dependiendo de lo que esté haciendo. Puede ser de todo tipo: desde la música más feliz del mundo hasta la más deprimente, cuando esos pensamientos que no quiero traspasan la frontera entre imaginación y realidad.

En la tierra de ningún lugar oculto varios de mis pensamientos, de mis ideas. Esas que no quiero que nadie sepa, que quiero dejar ocultas en mi (para generar cierto misterio tal vez). Las guardo en una cajita que encontré un día en que buscaba madera para hacerme una casa en un árbol. Nunca logré hacer la casa, pero esa cajita me ayudó a mantener muchas cosas guardadas, además de mis cosas. En ella también guardo los secretos que me cuentan, esos que nadie tiene que saber.

esto es lo que se hace para dejar de pensar y poder irse a dormir.

1 comentario:

los perdidos dijo...

las palabras que tenía que decir...
es lo más lindo que escribiste, lo más lindo. y lindo es una fea palabra, no la usemos.

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i'm a real nowhere woman, sitting in my nowhere land, making all my nowhere plans for nobody.. am i not a bit like you?