Ella está sentada en su asiento favorito en los colectivos (justo después de la puerta del medio) con el pie derecho sobre un escalón. El colectivo está vacío: son las 8 de la mañana y el colectivero la mira porque no tiene a otro pasajero a quién mirar. Ella sólo se resigna a ser observada y tira la cabeza para atrás, pensando que es poco probable que se quede dormida en ese colectivo.
Con la cabeza para atrás mira hacia la ventana: la gente camina apurada porque hace frío, todos rumbo al trabajo, todos con caras largas, todos con sueño.
Se sube una mujer al colectivo y se sienta al fondo. Estornuda y ella no sabe si decirle "salud" o no. No lo hace (no la ve y está lejos, no vale la pena gastarse, piensa). Se dedica a mirar por la ventana y a jugar su juego que ya en esta calle no le sirve. El juego consiste en saber por dónde está yendo y las calles que va cruzando sin mirar la altura ni el nombre de la calle, sólo guiándose por los edificios, los negocios y las casas. Maipú ya agotó este juego, pasa demasiadas veces por esa calle. Igual se entretiene un rato mirando similitudes entre construcciones: balcones del mismo estilo, paredes del mismo material, etc.
Se aburre del juego y mira el tránsito matutino. Ella no lo padece porque viaja en dirección opuesta, al revés del mundo (la historia de su vida). Las avenidas se llenan de autos y de bocinazos y de mal humor. Ella está más alla de todo. Más allá de los malhumorados que van al trabajo, más allá de la señora sentada detrás de ella en el colectivo que vuelve a estornudar, más allá del colectivero que las mira como esperando multiplicarlas, más allá de la gente con cara larga o achinada por el frío.
Simplemente vuelve a tirar la cabeza hacia atrás y, como ya se conoce todo lo que hay para ver por la calle Maipú, cierra los ojos y piensa que es poco probable que se quede dormida en ese colectivo.
.
Con la cabeza para atrás mira hacia la ventana: la gente camina apurada porque hace frío, todos rumbo al trabajo, todos con caras largas, todos con sueño.
Se sube una mujer al colectivo y se sienta al fondo. Estornuda y ella no sabe si decirle "salud" o no. No lo hace (no la ve y está lejos, no vale la pena gastarse, piensa). Se dedica a mirar por la ventana y a jugar su juego que ya en esta calle no le sirve. El juego consiste en saber por dónde está yendo y las calles que va cruzando sin mirar la altura ni el nombre de la calle, sólo guiándose por los edificios, los negocios y las casas. Maipú ya agotó este juego, pasa demasiadas veces por esa calle. Igual se entretiene un rato mirando similitudes entre construcciones: balcones del mismo estilo, paredes del mismo material, etc.
Se aburre del juego y mira el tránsito matutino. Ella no lo padece porque viaja en dirección opuesta, al revés del mundo (la historia de su vida). Las avenidas se llenan de autos y de bocinazos y de mal humor. Ella está más alla de todo. Más allá de los malhumorados que van al trabajo, más allá de la señora sentada detrás de ella en el colectivo que vuelve a estornudar, más allá del colectivero que las mira como esperando multiplicarlas, más allá de la gente con cara larga o achinada por el frío.
Simplemente vuelve a tirar la cabeza hacia atrás y, como ya se conoce todo lo que hay para ver por la calle Maipú, cierra los ojos y piensa que es poco probable que se quede dormida en ese colectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario