Se sube al colectivo, el mismo de siempre, con destino diferente esta vez. Hoy sólo se va a dedicar a caminar y va a poner su atención en el mundo que la rodea.
Siempre viaja muy temprano, absorta en su propio mundo, en lo dormida que está y en las pocas ganas que tiene de cursar todo el día. Esta mañana es distinta porque no hay rumbo fijo. Esta mañana es distinta porque se obligó a salir de su casa al sentirse encerrada entre esas paredes.
Que el Sol haya salido ayudó bastante, quería aprovecharlo antes de que desaparezca o sea reemplazado por más lluvia y humedad.
Se sube al colectivo y se sienta bien al fondo, del lado de la ventanilla. Un hombre sentado atrás de ella habla por teléfono con la voz bien alta. Eso la hizo pensar, preguntarse mejor dicho, por qué las personas suben el volumen de sus voces para hablar por teléfono. Ella misma debe ser una más de ese grupo de gritones telefónicos.
El colectivo frena y se suben 3 chicas. Claramente salían del CBC porque llevaban cuadernillos y fotocopias en las manos. Se sientan a su lado y enfrente y hablan de lo que, según ella, parecía semiología. El tipo de atrás seguía hablando por teléfono, ya a esta altura ella percibió que no iba a dejar de hablar en todo el viaje.
Se puso a pensar en las personas que no pueden disfrutar de los ratos libres. Que no pueden descansar ni un segundo, que no pueden tomarse media hora para viajar en colectivo. Sintió miedo de llegar a convertirse en alguien así, en una de esas tantas personas que viajan en colectivo hablando por teléfono y haciendo negocios.
El colectivo dobla en Marcelo T. de Alvear y está a punto de bajarse. Pero recuerda su larga caminata por Santa Fé del día Lunes mientras hacía tiempo para luego ir a buscar a su madre y almorzar juntas. Cambia de idea, se acomoda en el asiento y sigue viaje hasta Palermo. Hace un tiempo que no camina por esas calles. Después de varias cuadras le llega el turno de bajarse. Comienza a caminar por Borges y, de repente, ve una mancha en el suelo. Una gotita blanca. Unos centímetros más adelante hay otra. Mira con un panorama más amplio y ve varias más, todas alineadas. Las empieza a seguir y cuando lo hace se da cuenta de que son gotas de leche: alguien compró una leche agujereada. Después de varias cuadras de persecución las gotas desaparecen y cuando levanta la cabeza se encuentra con la plaza. Dobla donde dobla siempre: en Honduras. Entra a esa disquería que tanto le gusta. Después de chusmear un poco sale y camina un poco más. Sólo un poco porque le da sed y se obliga a sentarse en un bar a tomar una gaseosa bien fría.
Contempla el paisaje mientras la brisa la rodea y le vienen ganas de fumar un cigarrillo. Un cigarrillo que no tiene. Se arrepiente de no haber llevado un libro, es el momento justo para leer. Reemplaza el libro que no tiene por su cuaderno de anotaciones que lleva siempre en su bolso.
Lo saca y se pone a escribir, mientras el tiempo sigue corriendo, mientras el mundo sigue girando, mientras la gente sigue caminando, trabajando, viviendo, mientras el Sol sigue entibiando ese hermoso día.
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