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Sentarse en un monoambiente vacío, cenar mate con chocolinas mientras miramos por la ventana la calle y la forma en que se refleja infinitamente la silla llena con nuestros abrigos en la otra punta de este departamento que va a ser uno de mis nuevos refugios cuando ya no quiera estar en casa.
Compartir un cigarrillo con la ventana semi-abierta intentando que el humo y el olor no invadan el interior para que nadie se dé cuenta de que estuvimos ahi.
Escuchar al silencio que se adueñó de todo esa noche, sabiendo que no vamos a volver a escucharlo porque el monoambiente hoy se llena de cosas y con esas cosas viene la música que siempre es tan necesaria en nuestras vidas. Pero el silencio estaba bien esa noche, el silencio era un ingrediente más que perfecto.